Las campañas de concienciación sobre la recogida de excrementos en la vía pública son un hito recurrente en nuestro trabajo creativo que aparece siempre con la misma intensidad: a la ciudadanía le preocupa la limpieza de sus calles, a la administración le preocupa el estado de sus calles y sobre todo, lo que le preocupe a sus gentes. Y luego están los dueños de las mascotas: a unos les preocupa dejar todo limpio cuando sacan a pasear a su perro (bolsita higiénica para recoger excrementos y botella de agua jabonosa para orines) pero a otros no les preocupa nada de nada.
Todas estas “preocupaciones” son la responsabilidad que depositan en nosotros los ayuntamientos necesitados de recordar a sus gentes que la caca de su #maravilloso chiquitín se recoge. Y no es tarea fácil. La convivencia entre dueños de mascotas y vecindario sin mascota no siempre es empática, sobre todo cuando un mastín de 80 kilos te caga en la puerta y observas salir silbando a su dueño con su mejor cara de “a mí que me registren”.
Desde la creatividad, el ingenio y la perseverancia se puede proyectar cualquier tipo de información a “los dueños silbantes” pero muchos de estos mensajes solo dependen de darle tiempo a la educación: presentar los datos, estadísticas de costes de limpieza municipal, puntos negros, informes de salubridad e higiene, reclamo impactante, refuerzo positivo. Y si nada surte efecto, al ayuntamiento solo le queda una carta: la multa.
A veces, cuando saco a Nano a pasear pienso en qué siente él ante la mirada inquisitoria del vecindario (“¿qué vas a hacer con eso?”). El Parlamento inglés va a reconocer por ley que los animales tienen sentimientos y que son seres más o menos conscientes, que responden ante las muestras de cariño, la tristeza o la ira de una forma similar a la humana.
Las mascotas no pueden actuar, pero sentir satisfacción o vergüenza, seguro que sí.